El machismo es un problema de todos

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No me gustan los “días internacionales de…” salvo porque unen en las causas pendientes a casi todo el mundo, incluidos aquellos que nunca hacen nada por la consecución de los objetivos propuestos. No me gustan porque la expresión libre de los derechos reclamados sirve para recordar que durante los otros 364 días del año nuestra sociedad hace justo todo lo contrario a lo que debería o al menos a lo que sería deseable.

El día de la mujer trabajadora es uno más de esos días casi sin sentido, porque la lucha pendiente no puede circunscribirse a cada 8 de marzo. Hay tanto por hacer que no habría bastante ni luchando los 365. Y no sólo es un problema de calidad sino también de contextos. La lucha no se ha de librar únicamente en las calles, sino también en el trabajo, en los centros educativos, en casa…

Este 8 de marzo todos pondremos nuestro grito para reclamar que se acabe de una vez por todas la violencia machista. Y esa reivindicación me gusta. Sin embargo me parece tan dramático como hipócrita que la totalidad de los esfuerzos de nuestra sociedad no apunten, directa o indirectamente, a la obtención del resultado deseado. La lucha contra los agresores no puede ser de año en año. Ha de ser diaria, directa y efectiva. Ha de ser real.

La lucha real no entiende de ajustes. Un recorte presupuestario en determinados ámbitos puede poner en riesgo la vida de una persona y esa posibilidad ha de estar fuera de todo debate. Pero no sólo es un problema político y económico. De hecho, si así fuera, la increíblemente imperfecta medida de la paridad habría solucionado buena parte del problema. Y para nada lo ha hecho.

Las injusticias laborales y domésticas son extremadamente graves. Por su cotidianidad se tiende a asumirlas como normales o habituales. Pero eso no les resta dramatismo. Si a cada madre que intenta que su hija aprenda a cocinar, simplemente por ser chica, le visitaran los servicios sociales de turno, buena parte de la batalla la tendríamos ganada. El machismo de las madres puede ser aún más dañino que el de los padres.

Para que algún día no sea necesario celebrar estos días internacionales nos tenemos que poner a trabajar bien duro hoy mismo, pero también mañana y pasado. Y en todos los ámbitos. No soy nada partidario de las discriminaciones positivas porque para mí cualquier discriminación ha de desaparecer. Pero sí hay alternativas para ganarle terreno al machismo. La clave, sin duda, pasa porque miremos en nuestro día a día y encontraremos infinidad de ejemplos en los que algo más podemos hacer. Y debemos hacerlo, porque donde haya una mujer discriminada por ser mujer habrá una sociedad enferma en la que nadie, tampoco un hombre, podrá sentirse bien consigo mismo.